Eran momentos felices. Cuando yo era niño por mi pueblo pasaban trenes como el dromedario o el TALGO. Mi abuelo que era jefe de estación cogía la correspondencia del vagón y yo coleccionaba las gomas verdes que agrupaban las cartas. A principios de los 90 desaparecieron las vías del tren y la estación de mi abuelo para preparar una ancha explanada de tierra amarilla, el futuro AVE a Sevilla.
Un día paseando con Manolo le conté esta historia de mi infancia como si fuese un secreto. Le conté que yo creía que como en mi pueblo habían quitado las vías del tren, pensaba que en toda España había ocurrido lo mismo y que ya no quedaban trenes si no explanadas amarillas. Él me preguntó que a qué edad tuve esa ocurrencia.
- A los 12 ó 13 años. – Me miró y me dijo la verdad. Una verdad obvia.
- Tú eras un poco tonto de niño ¿no?
Sí joder tonto del todo, inocente e ignorante como no se ha vuelto a ver en el mundo. Un niño asustadizo y temeroso del mundo hasta el extremo. Cuando tenía 7 años no quería ir al colegio. Siempre me sentaba en la última fila y abría la ventana para que el frío disuadiese a cualquier niño de acercarse. Esa fue mi primera neumonía. Como yo no quería ir a clase, los viernes mi madre me decía que era el último día. Yo me ponía muy contento y le pedía puré de galletas con cola-cao y una cuchara grande. En medio de mi celebración ella empezaba a vestirme y yo pensaba. ¿Por qué me vestirá tan pronto si hoy no hay clase? Todos los viernes se esforzaba por hacerme entender que la palabra último no significa exactamente final, que aún queda uno más y se termina.
Mi padre los domingos me mandaba a comprar el periódico y siempre me decía tráeme el AS hijo, y yo pues nada, le traía el YA y el cada mañana dominical igual, ¡Míralo, ya me ha traído el Ya de los cojones! Y así todos los domingos que yo recuerde.
Estaba yo en mi casa viendo los caballeros del zodiaco, mi madre había salido y estaba solo. Llamaron a la puerta y abrí. Era un hombre con un mono blanco y una gorra, un chico joven que llevaba un compresor para pintar, una lata enorme de pintura y supongo que varios útiles más de pintor.
Un día paseando con Manolo le conté esta historia de mi infancia como si fuese un secreto. Le conté que yo creía que como en mi pueblo habían quitado las vías del tren, pensaba que en toda España había ocurrido lo mismo y que ya no quedaban trenes si no explanadas amarillas. Él me preguntó que a qué edad tuve esa ocurrencia.
- A los 12 ó 13 años. – Me miró y me dijo la verdad. Una verdad obvia.
- Tú eras un poco tonto de niño ¿no?
Sí joder tonto del todo, inocente e ignorante como no se ha vuelto a ver en el mundo. Un niño asustadizo y temeroso del mundo hasta el extremo. Cuando tenía 7 años no quería ir al colegio. Siempre me sentaba en la última fila y abría la ventana para que el frío disuadiese a cualquier niño de acercarse. Esa fue mi primera neumonía. Como yo no quería ir a clase, los viernes mi madre me decía que era el último día. Yo me ponía muy contento y le pedía puré de galletas con cola-cao y una cuchara grande. En medio de mi celebración ella empezaba a vestirme y yo pensaba. ¿Por qué me vestirá tan pronto si hoy no hay clase? Todos los viernes se esforzaba por hacerme entender que la palabra último no significa exactamente final, que aún queda uno más y se termina.
Mi padre los domingos me mandaba a comprar el periódico y siempre me decía tráeme el AS hijo, y yo pues nada, le traía el YA y el cada mañana dominical igual, ¡Míralo, ya me ha traído el Ya de los cojones! Y así todos los domingos que yo recuerde.
Estaba yo en mi casa viendo los caballeros del zodiaco, mi madre había salido y estaba solo. Llamaron a la puerta y abrí. Era un hombre con un mono blanco y una gorra, un chico joven que llevaba un compresor para pintar, una lata enorme de pintura y supongo que varios útiles más de pintor.
- Buenos días chico ¿Está tu madre?
- ¡No!
- Soy de Santa Lucía vengo a pintar el cuarto que da al patio interior me manda el perito. – Bueno algo así dijo. Yo no entendía nada pero le dejé pasar y le enseñé mi cuarto.
- ¡Éste es mi cuarto! –Mío y de mi hermana de 6 años. Era una habitación pequeña con dos camas, un armario, dos mesillas, unos 30 Master del universo, un poster de perros, un Baby Fever, dos estanterías llenas de barriguitas, la Nancy, mi raqueta de tenis y una gaviota.
El pintor se quedó blanco. –Pero niño ¿No te ha dicho tu madre que venía el pintor del seguro a pintar la habitación que os habían manchado?
- ¡No! –El suelo de la habitación sólo se veía por el pequeño pasillo que dividía la cama de mi hermana y la mía.
- Pues tengo que pintar esta habitación.
- ¡No!
- Soy de Santa Lucía vengo a pintar el cuarto que da al patio interior me manda el perito. – Bueno algo así dijo. Yo no entendía nada pero le dejé pasar y le enseñé mi cuarto.
- ¡Éste es mi cuarto! –Mío y de mi hermana de 6 años. Era una habitación pequeña con dos camas, un armario, dos mesillas, unos 30 Master del universo, un poster de perros, un Baby Fever, dos estanterías llenas de barriguitas, la Nancy, mi raqueta de tenis y una gaviota.
El pintor se quedó blanco. –Pero niño ¿No te ha dicho tu madre que venía el pintor del seguro a pintar la habitación que os habían manchado?
- ¡No! –El suelo de la habitación sólo se veía por el pequeño pasillo que dividía la cama de mi hermana y la mía.
- Pues tengo que pintar esta habitación.
Enseguida me puse con toda la ilusión del mundo a trasladar a Sckeletor y toda la panda al cuarto de mi madre. Las barriguitas y las nancis al cuarto de mi abuela y así con todos los juguetes, libros, colchas, ropa… El pintor me ayudo a llevar los colchones, las mesillas, descolgar las cortinas, mover el mueble al centro de la habitación. ¡Joder! en media hora la dejamos vacía y aun en menos el tío se la pintó entera. Tenía prisa y creo recordar que estaba algo cabreado. Pintó y se fue. Cuando vino me madre yo estaba fregando el suelo. Acababa de limpiar la ventana y me sentía orgulloso de todo lo que había hecho. Recuerdo que mi madre me miró despacio y después sólo dijo un par de palabras.
- ¿Qué haces? –Al final el pintor se había equivocado de portal y no tenía que pintar en mi casa y mi madre se encontró con todas las habitaciones manga por hombro y yo y mi hermana que tuvimos que dormir en el salón por el olor a pintura. La verdad, nunca he sabido hacer la pregunta oportuna.
Lo de la pregunta oportuna es bastante ocurrente en mi vida. Bueno, en ocasiones no sé que pregunta formular. Esto me ocurrió un día de siesta mientras veía la televisión. Mi padre estaba dormido en el sofá, mi madre en su cama y yo veía alguna de esas películas absurdas de la sobremesa de Telecinco. En un momento de la película interrumpieron la programación para dar paso a las noticias. El asunto era grave. Los extraterrestres nos invadían. Habían llegado a Estados Unidos y el informativo nos mostraba imágenes de su hostilidad. Recuerdo sobre todo un policía a caballo que no podía calmar su montura. Por supuesto que aquello que había visto era un reclamo publicitario de la película Independence Day, pero yo en ese momento no lo sabía, ni siquiera me planteé que aquello que había visto no fuera cierto. Apagué la tele de mi cuarto y pensé en mis abuelas, recuerdo que mientras caminaba por el pasillo de mi casa creí estar fuera de mi cuerpo elevándome. Me pesaban las piernas y estaba muy asustado. Abrí la puerta del cuarto de mi madre y me acosté a su lado, boca abajo, sin decir nada. “Mi madrecita también va a morir”. De verdad que sensación tan mala. Entonces fue cuando me hice la primera pregunta: ¿Qué estarán diciendo los demás canales del asunto? Volví a poner la tele. La Uno, la Dos, Antena 3, Telemadrid… Nada, todos seguían con sus programaciones absurdas, puse la radio y tampoco, ni siquiera en el teletexto. Llamé a Nacho para quedar con él. No sé, pero se me ocurrió contárselo por si sabía algo. Se lo expliqué todo tal y como lo he contado aquí. Lo del policía a caballo, lo de los platillos volantes, y lo del telediario.
- No sé tío estarían anunciando alguna película.
- ¡Ojalá Nacho, Ojalá sea eso! -Pensé en su inocencia y hoy pienso en la sensación de terror que tuve al sentir que iba a morir de forma inminente e inevitable.
Yo era un niño bastante enfermizo y siempre estaba en el médico. En frente de mi casa había una juguetería que se llamaba Acuario y mi madre y yo teníamos el acuerdo de cambiar un pinchazo del practicante por un juguete. En mi casa no cabían más juguetes. Pero uno de los que más ilusión me hizo fue el Agua-force. Era una mochila amarilla que se colgaba en la espalda y se conectaba a una especie de pistola de gasolinera para lanzar agua a presión. Por aquel entonces no existía nada igual. Mi madre que ya estaba harta de ver la terraza chorreando, me dijo que fuese a jugar a la calle con la pistolita. En la calle le eché una guerra de agua a un chico del barrio, tenía una pistola de agua azulita de esas chiquititas que regalaban en los tambores de detergente, pues bueno, volví totalmente empapado a casa. No sé cómo pero el chico me había acorralado entre los coches y yo no supe como llenarle la boca de agua hasta reventarlo allí mismo y él con su pistolita de 250 ml. Me dejó como una sopita. A partir de ese momento intenté convertir mi Agua-force en un aparato para cazar fantasmas como los de la película o como tiempo después haría Tristan Baker. ¿Tendría algún trauma similar al mío aquel sujeto?
Recuerdo, paseando con Manolo por la feria del libro antiguo, haber visto al tal Tristan Baker en una mesita con un letrero que decía. Profesor Tristan Baker, el de la tele… No recuerdo bien que vendía. Ahora recuerdo que ese fue el día que fuimos al café Gijón Manolo y yo juntos por primera vez. También fue el día que me dijo que yo había sido un niño un poco tonto. ¡Sí, el mismo día que el camarero del Gijón le miraba el culo a la misma tía que nosotros!
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