Cuando yo era un niño, vivía entre barrotes y médicos de todo tipo. La terraza de mi casa era el balcón a un cine tan cotidiano como inaccesible. Yo me sentaba con los pies colgando y agarrado a los barrotes de mi barandilla. Ante mí trazaban sus guiones un sin fin de niños que cada tarde quedaban bajo mi ventana para correr mil aventuras. Me intrigaba saber que haría esa tarde el Raúl, el Isra, el Budy, el Pi, el Trejo y los Moninis. La mayoría de los días jugaban a las chapas en la acera. Habían fabricado sus porterías con alambres y hecho con papel las camisetas de sus jugadores. El campo estaba pintado con tiza blanca. Un día intervine en el partido, se les había olvidado bajarse los balones y desde mi butaca les arroje un puñado de garbanzos al campo. Yo soy sus sonrisas cuando vieron llover balones de fútbol para continuar con sus fines. –Gracias-, dijeron y yo no dije nada, me quede callado y orgulloso, como cuando alguien te para por la calle y te pregunta por una dirección concreta y sabes perfectamente donde es y le indicas como la persona más educada del mundo que eres, y eres feliz y te sientes bien y lamentas no haber podido llevar a esa buena persona a hombros hasta su destino porque te has sentido estupendo y útil y al menos has hablado con alguien.
Mi terraza era mi vida y era como Pascualini para Aleixandre. Yo iba al cine de mi terraza con la ilusión de un niño que entiende que su vida después del colegio es esa. La merienda, los caballeros del zodiaco y las peleas del Trejo con su primo el monini. Su primo siempre se metía debajo de los coches para que no le pegase y yo desde mi balcón deseaba que un día le cogiese para ver algo distinto desde mis barrotes.
Mi barrio era un barrio de tipos listos e innobles. Gente de la calle que decían la palabra polla o se escondían en los pisos en obras para hacerse pajas. En mi barrio no había niñas con las que jugar. Eran mujeres en miniatura a las que les faltaba cobrar mil pesetas la hora y un paseo en tu bici solo por verlas pasar. Estaba la hermana del Casas o la novia del Manchas, pero creo que me hubiese convertido en piedra si hubiese intentado mirarles a la cara.
Cuando llegaba el buen tiempo jugaba con los vecinos del bloque. Con Julián y con Daniel que eran mis amigos y con quienes pasaba horas en el portal montando nuestros barcos de Tente. Un día Aurora me vio jugar con los Playmobil y se lo dijo a toda la clase para que se supiera que yo era un crío.
Cierto que en alguna ocasión llegué hasta el parque y jugué a béisbol y a fútbol, pero la realidad de cerca me dolía mucho y no fui tan feliz. Era bastante torpe con las canicas y las perdía todas, no era bueno con la peonza y en más de una ocasión me la partieron por la mitad, fui un mal negociante de cromos y cambiaba el Ferrari F-40 por un Ibiza Sky. Y en definitiva, fui un chico del montón que nunca decía nada para pasar desapercibido y para que no le hicieran el Yuyu contra la farola del parque.
Mi terraza era mi vida y era como Pascualini para Aleixandre. Yo iba al cine de mi terraza con la ilusión de un niño que entiende que su vida después del colegio es esa. La merienda, los caballeros del zodiaco y las peleas del Trejo con su primo el monini. Su primo siempre se metía debajo de los coches para que no le pegase y yo desde mi balcón deseaba que un día le cogiese para ver algo distinto desde mis barrotes.
Mi barrio era un barrio de tipos listos e innobles. Gente de la calle que decían la palabra polla o se escondían en los pisos en obras para hacerse pajas. En mi barrio no había niñas con las que jugar. Eran mujeres en miniatura a las que les faltaba cobrar mil pesetas la hora y un paseo en tu bici solo por verlas pasar. Estaba la hermana del Casas o la novia del Manchas, pero creo que me hubiese convertido en piedra si hubiese intentado mirarles a la cara.
Cuando llegaba el buen tiempo jugaba con los vecinos del bloque. Con Julián y con Daniel que eran mis amigos y con quienes pasaba horas en el portal montando nuestros barcos de Tente. Un día Aurora me vio jugar con los Playmobil y se lo dijo a toda la clase para que se supiera que yo era un crío.
Cierto que en alguna ocasión llegué hasta el parque y jugué a béisbol y a fútbol, pero la realidad de cerca me dolía mucho y no fui tan feliz. Era bastante torpe con las canicas y las perdía todas, no era bueno con la peonza y en más de una ocasión me la partieron por la mitad, fui un mal negociante de cromos y cambiaba el Ferrari F-40 por un Ibiza Sky. Y en definitiva, fui un chico del montón que nunca decía nada para pasar desapercibido y para que no le hicieran el Yuyu contra la farola del parque.
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