domingo, 13 de noviembre de 2011

Yo recuerdo. (parte I)

Yo escribo desde que puedo sostener una mazorca de maíz con mi mano izquierda. Escribo desde que espero un autobús azul en una parada de autobús de un bosque. Cuando era niño escribía con el fuego de una lanza y con la muerte y ahora mismo 37 segundos después, sujeto la llama sólo con las llagas de mis dedos quemados.
Yo escribo basura dicen, sordo, basura hostil, diana, Beach, entraña. Pero escribo y tengo ganas de gritar y ser violento cuando la noche desgarra a pedazos todas las vidas que inútilmente han sangrado en silencio con mis palabras.

Cuando era niño escribía y reía a la vez mientras cargaba leños de tren para construir una cabaña.

Jugaba al baloncesto y montaba en bicicleta por las tierras de Toledo. Leía bajo las estrellas a Miguel Delibes y a Mark Twain. Yo era un Tom Swayer de secarral escapado hacía dos segundos del último capítulo del Señor de las Moscas.

Secaba pozos, hacía puzzles y escribía en ese orden. Mientras hacía le puzzle pensaba en contar cómo habíamos secado el pozo.

Leía el Quijote y le usaba de taburete delante de una hoguera clandestina atestando mis sentidos del olor, el sonido, el tacto de aquel fuego de ramitas de olivo que había cosechado pacientemente con mi abuelo.

Me bañaba en un bidón de gasolina por turnos con mis primos. Yo era el rey, el indiscutible número uno. Sesenta segundos sin respirar en aquel útero negro cargado de larvas de mosquitos.

domingo, 12 de junio de 2011

Soy feliz.

La vida me sonríe. Lo tengo todo. El amor, los amigos, la familia, el dinero, el dolor... Te quiero, te quise, te querré.

martes, 24 de mayo de 2011

Miras y vas

Me voy a morir ahora mismo. Y pasa a veces en el vacío de una noche calurosa de primavera, o mientras miras a los ojos a tu hija y te sonríe. Tiene sentido el pensamiento cuando estás solo y aburrido, tumbado en el sofá. Se trata de eso de una imagen remota o posiblemente remota que viene sucediendo...


Estoy lleno de recuerdos... No entiendo muy bien estas enseñanzas. Te vas muriendo ahora mismo porque un día reuniste a tus abuelos en la misma habitación y estabas muy contento y a la vez muy triste y te vas muriendo por las esquinas. Tus manos están llenas de tinta hasta la memoria.


Son sólo palabras que no alcanzan a eco. Los ordenadores son silenciosos porque emiten un ruido frecuente. Es un engaño, un juego para ocultar una verdad implacable. La ducha y el sueño vencen a la idea más sublime.

martes, 8 de febrero de 2011

qué leer

La posada de las dos brujas. Joseph Conrad
El duelo. Antón P. Chéjov
El secuestro. Quin Monzó
Quiero saber por qué. Sherwood Anderson
El negro artificial. Flannery O´Connor
La sala Número seis. Antón P. Chéjov
Los leones. Edgar Allan Poe
Una partida de ajedrez. Stefan Zweig
A la luz cambian las cosas. Medardo Fraile
Treinta hombres y sus sombras. Arturo Uslar Pietri
El licenciado vidriera. Miguel de Cervantes
Nadie decía nada. Raymond Carver
La obra maestra desconocida. Honoré de Balzac
The little black bag. Cyril M. Kornbluth (sus relatos en His share of glory)
Testimonio de un piloto. Barry Hannah
Rip Van Winkle. Whashington Irving
La historia de la vieja niñera. Elisabeth Gaskell
La carta perdida. Nikolái Gógol
La liga de los pelirojos. Arthur Conan Doyle
La corbeta Gloria Scott. Arthur Conan Doyle
Dos soldados. Geoffrey Williams Kander

viernes, 4 de febrero de 2011

Domingo Cid

Sí, yo antes me peinaba, tenía las patillas igualadas y la raya al lado. Una perfecta linea curva de pelitos rodeaban mis orejas. Yo antes, claro, me peinaba con agua y con un peine rojo de púas separadas.
Ahora no sé dónde ir. Soy un hombre despeinado. Hay jóvenes sí, jóvenes calvos de tatuajes en los brazos que te cortan el pelo a máquina por 12,50, hay cuñadas, esposas, personas de buena voluntad... Pero no hay más Domingo Cid.
Mi peluquero ha muerto. "Cerrado por motivos personales". Y esa frase ha recorrido mi fantasía a diario. Imaginaba por ejemplo que mi peluquero ya era millonario, contratado por alguna Lady Gaga había triunfado. El éxito merecidísimo había llegado a su humilde peluquería. Pensaba que tenía que buscarle entonces en las sofisticadas peluquerías caninas, o de señoras, de la élite del color y del rizo definido. Pero mi peluquero, mi sueño infantil, ha muerto.
Me lo dijo el sacerdote. El sacerdote que puso nombre a su hija, Elena. A la hija de la que tanto Me hablaba Domingo y las mismas preguntas mientras recortaba mi flequillo ¿Vas bien en tren a la universidad? ¡Supongo que se sacará el curso, ella está estudiando mucho!
Me acuerdo mucho de ti cuando me miro en un espejo. Espejo de la peluquería que siempre me devolvía tu imagen canosa y peinada. EL mundo era mundo mientras tu alzases tus tijeras llamándome así para siempre: "¿Cómo te corto el pelo chavalote?