sábado, 7 de noviembre de 2009

No tan feliz 4

Hay personas que miran la hora del reloj. Otras, le dan la vuelta descubren sus engranajes y marcan el ritmo. La vida es así. Los que saben de qué va y la viven y los que solamente la contemplan y como mucho, la registran en un blog.

La educación es así. Están los que son como yo, perplejos dentro de un absurdo mundo, y están los que descubren cómo funcionan las manecillas y saben para que sirve un sobresaliente.

Nunca he sabido que era lo que tenía que hacer detrás de mi pupitre. Desde el parvulario la vida del colegio y el instituto me pareció irracional. Alguna vez probé eso de estudiar. Señalar los temas que entraban en un examen, leerlos, memorizarlos, congratularme y olvidarlo todo.
Una vez una profesora me entregó un examen con una nota de 8,75

- Arturín, si me sonríes tienes un sobresaliente.
- Bueno, pues me quedo con mi notable.

En algunas ocasiones lo pienso. ¡Joder, joder, si hubiera sonreído más ahora mismo no tendría que ser alguien que sea yo, sería alguien a secas! Un tipo a quien no le engañan las vendedoras brasileñas de seguros de accidentes, ni los agentes de la telefonía móvil.

Pero además nunca fui un chico demasiado avispado. Mi vida estaba en fuga permanente del centro educativo. En clase de matemáticas el seno al cuadrado de X era igual a la suma de las arcotangentes de los algoritmos impares. ¡Me daba igual! Yo miraba por la ventana pensando en el término “arcotangente”, lo pronunciaba despacio y me llevaba al momento en el que Ulises tensaba su arco de acero multicolor, y ya no existía la clase de matemáticas de aquel profesor espigado y tristón de pies enormes, de dibujos animados.

Era raro. En clase de literatura teníamos que leer a V. Aleixandre y yo leía a Pedro Salinas y cuando tocaba Miau de Galdós, yo leía a Aleixandre, y a Baroja siempre.

Había asignaturas que utilizaba para observar a mis compañeras. En clase de inglés yo colocaba mi silla de lado, y así, apoyado en el radiador podía observar como las chicas chupaban sus lápices, levantaban la mano o arreglaban las puntas partidas de sus melenas.

Nunca me adapté a esa especie de concurso-oposición en el que se basaba el sistema escolar. Donde a lo largo del curso sumabas puntos sonriendo y chupando las palmas abiertas de los profesores y después tenías un examen donde se empeñaban en demostrar cuál de los alumnos era el mejor institucionalizado.

Soy zurdo y mal dibujante, una especie de licenciada basura académica que ha lanzado al vacío todos sus relojes. Ya lo decían mis poemas, rumbo al oeste siempre.

Al Oeste siempre.