sábado, 23 de enero de 2010

Gran Ford Escort


¡Ésta vida! Ahora escribo de madrugada, porque tengo un trastorno del sueño tan severo que me resulta impensable dormir de forma consecutiva más de cuatro horas. El silencio y la NBA son dos ventajas que tiene la noche. La desventaja es que yo soy una persona del día, un caballero desayunador que no tiene con quién desayunar. Saludo a la rumana que me sirve el café y me voy a la biblioteca a penar.

Pero yo no iba a esto. Yo iba a la vida, que es parecido a lo mío. Ayer la vida me regaló una película totalmente maravillosa. Hace poco ya me había regalado una pequeña joya llamada Lost in translation. Ayer vi Gran Torino.

¿La habéis visto y os habéis emocionado? Si no es así no sigas leyendo, abre otro absurdo blog y olvida éste porque no tienes ni tendrás nada que ver conmigo. Si te has emocionado cuando vengas a Madrid dímelo y quedamos para darnos un abrazo.

Podría comentar toda la película. Porque es tan maravillosa que te olvidas de los tópicos y las imperfecciones. Cierro los ojos y veo a un viejo polaco gruñón bebiendo cerveza sentado en su porche mientras sus dientes rechinan por todo lo que no le gusta. Está ansioso sin saberlo de un buen abrazo, de comunicarse, de comer al lado de otro ser humano, de ser el padre de algún atontado y decirle “mira mariquita si no invitas a Yogurt a salir, lo haré yo”. Yo comparto sus mismas ansias.

Si alguien cuenta los pájaros que hay en el árbol de mi casa, yo le regalo un cinturón de herramientas y si me invitan a croquetas, les presto mi coche para que se den una vuelta. Si alguien me quiere, yo le querré y si me abandona, me sentaré en el porche de mi casa a beber cerveza. La vida es muy sencilla, se trata de eso ¿no?

Quizá sea yo dentro de cincuenta años, es posible que no tenga que enfrentarme a una banda callejera, ni a un grupo de morenos que acosan a una jamona, pero seguro que como ahora, mis amigos serán el peluquero, el borracho del bar de abajo y el conserje del teatro. La vida no da para mucho más.